Anemia, debilidad, letargo, infecciones recurrentes, mucosas pálidas, pérdida de apetito y de peso, fiebre, hemorragias y crecimiento del hígado y el bazo.

La causa es aún desconocida. Existen factores de riesgo como son los factores genéticos, la exposición a toxinas o las infecciones crónicas.

El veterinario preguntará por el historial médico del perro y por los detalles de los síntomas y su inicio. Por otra parte, el veterinario realizará un examen físico acompañado de pruebas de laboratorio estándar que incluyan un perfil bioquímico, análisis de orina y recuento sanguíneo completo. Los exámenes de sangre podrán revelar una anemia no regenerativa severa, glóbulos rojos megalobásticos (anormalmente grandes), leucocitosis (glóbulos blancos altos) o por el contrario, leucopenia (glóbulos blancos bajos). 

Las radiografías abdominales revelarán un agrandamiento anormal del hígado o el bazo. 

Para un diagnóstico definitivo, el veterinario normalmente recurrirá a una aspirado de la médula ósea o a una biopsia de la médula ósea para detectar anormalidades en la producción y maduración de varias líneas celulares.

No hay tratamiento específico para el trastorno. Se usan antibióticos para tratar y prevenir infecciones secundarias. En casos severos, la hospitalización será requerida para realizar terapias de fluidos y transfusiones de sangre. 

Es posible que deba acudir a un oncólogo veterinario para la evaluación y el uso de agentes quimioterapéuticos. En algunos casos, el veterinario también se podría plantear la opción de realizar un trasplante de médula ósea.

El pronóstico es reservado. Se programarán análisis de sangre periódicos y exámenes de medula ósea durante el tratamiento, a fin de conocer la respuesta a la terapia y la evolución del trastorno.